LA NATURALEZA MUERTA Y LA VIDA
Los últimos trabajos de Cecilia Delgado nos revelan que, sin repetirse, sigue siendo fiel a las preocupaciones que ya le conocíamos, centradas en las incidencias de la luz en el espacio doméstico. Esta vez, como si deambulara por una casona que no sabemos si es suntuosa o humilde, Cecilia se ha fijado en los objetos que sus rincones acogen porque se ha propuesto revelarnos un mundo poético lleno de imprecisiones, vaguedades y ausencias.
En su apariencia intrascendente, las pinturas de esta exposición son un despliegue de citas pictóricas que nos remiten a obras de Sánchez Cotán, Zurbarán, Morandi y el bogotano Roberto Páramo entre otros. Esas citas están moduladas en los nichos, ventanas, pequeños cuadros, dibujos, frutas y demás elementos de sus naturalezas muertas, pero también en la manera cómo esos elementos se distribuyen en la superficie de la tela, en las tonalidades empleadas juiciosamente y en la suavidad lumínica que caracteriza a todas y cada una de las obras.
La luz que baña los objetos acumulados en estos rincones íntimos nos confirma que la serie ha sido concebida y pintada en Cartagena de Indias, no en Sevilla, Toledo, Granada, Bolonia o Bogotá. Sin alardes de ninguna especie, Cecilia nos confirma así que su mirada alerta, aguda y precisa cuenta con una mano diestra en aquello de aplicar el tono que convence, equilibrado y justo en la captación de ambientes con sabor de antaño.
Se diría que la pintora no trabaja teniendo al frente sus modelos, sino teniendo al frente sus recuerdos. Esto último explica el título que identifica esta serie, ya que Vida silenciosa parece hablarnos de un discurrir sin sobresaltos y sin ningún tipo de estridencias. Pero no, no es así. ¿Por qué esas aves muertas en las reproducciones de láminas sin marcos? ¿Por qué esa foto amarillenta de una mujer joven junto a un par de libros viejos? ¿Por qué ese pequeño paisaje ha sido abandonado detrás de ese candelero? ¿Por qué vemos un cordero amarrado en una postal olvidada?
Testigo de los estragos que genera la incertidumbre propia de estos años en Colombia, la respuesta poética de Cecilia Delgado ha consistido en evocar el orden, la mesura y el ritmo. Es lo que descubrimos a través de la mirada que ella arroja sobre las cosas que la vida ha ido acumulando parsimoniosamente, pero sin borrar los acontecimientos dolorosos e ingratos que le dan su carácter particular a cualquier historia.
Álvaro Medina
Bogotá, noviembre de 2011
Los últimos trabajos de Cecilia Delgado nos revelan que, sin repetirse, sigue siendo fiel a las preocupaciones que ya le conocíamos, centradas en las incidencias de la luz en el espacio doméstico. Esta vez, como si deambulara por una casona que no sabemos si es suntuosa o humilde, Cecilia se ha fijado en los objetos que sus rincones acogen porque se ha propuesto revelarnos un mundo poético lleno de imprecisiones, vaguedades y ausencias.
En su apariencia intrascendente, las pinturas de esta exposición son un despliegue de citas pictóricas que nos remiten a obras de Sánchez Cotán, Zurbarán, Morandi y el bogotano Roberto Páramo entre otros. Esas citas están moduladas en los nichos, ventanas, pequeños cuadros, dibujos, frutas y demás elementos de sus naturalezas muertas, pero también en la manera cómo esos elementos se distribuyen en la superficie de la tela, en las tonalidades empleadas juiciosamente y en la suavidad lumínica que caracteriza a todas y cada una de las obras.
La luz que baña los objetos acumulados en estos rincones íntimos nos confirma que la serie ha sido concebida y pintada en Cartagena de Indias, no en Sevilla, Toledo, Granada, Bolonia o Bogotá. Sin alardes de ninguna especie, Cecilia nos confirma así que su mirada alerta, aguda y precisa cuenta con una mano diestra en aquello de aplicar el tono que convence, equilibrado y justo en la captación de ambientes con sabor de antaño.
Se diría que la pintora no trabaja teniendo al frente sus modelos, sino teniendo al frente sus recuerdos. Esto último explica el título que identifica esta serie, ya que Vida silenciosa parece hablarnos de un discurrir sin sobresaltos y sin ningún tipo de estridencias. Pero no, no es así. ¿Por qué esas aves muertas en las reproducciones de láminas sin marcos? ¿Por qué esa foto amarillenta de una mujer joven junto a un par de libros viejos? ¿Por qué ese pequeño paisaje ha sido abandonado detrás de ese candelero? ¿Por qué vemos un cordero amarrado en una postal olvidada?
Testigo de los estragos que genera la incertidumbre propia de estos años en Colombia, la respuesta poética de Cecilia Delgado ha consistido en evocar el orden, la mesura y el ritmo. Es lo que descubrimos a través de la mirada que ella arroja sobre las cosas que la vida ha ido acumulando parsimoniosamente, pero sin borrar los acontecimientos dolorosos e ingratos que le dan su carácter particular a cualquier historia.
Álvaro Medina
Bogotá, noviembre de 2011
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